Peripecias en la montaña

Era el día más bello de mi vida, el sol brillaba en todo su esplendor, cuando salí de San Marcos rumbo a la chacra de mis abuelos, la mañana del 04 de enero del 2003.

 

            Emprendí mi viaje silbando y cantando.  Era una mañana maravillosa cuando salí de mi casa. Yo iba cantando y silbando por el camino porque estaba muy feliz.  Además, estaba muy contento porque iba a tener la oportunidad de comer guabas en la chacra de mis abuelos.

 

            Me detuve a observar la belleza de la naturaleza y no me di cuenta de que estaba sobre una cama de hormigas.  Por un momento me detuve para observar la hermosa naturaleza, las flores que la vestían y la diversidad de pequeños y lindos pajaritos que le daban a la naturaleza el toque perfecto de esplendorosa creación de Dios. Estuve tan concentrado disfrutando del paisaje y el canto de las aves que no me di cuenta de que estaba parado en una cama de hormigas, las mismas que comenzaron a picarme cuando ya estaban ubicadas en mis piernas. Ante esto yo corría de un lugar a otro tratando de deshacerme de ellas y por el dolor que éstas me causaban.

 

            Como me demoré mucho en el camino tuve que comer allí.  Mientras continuaba con mi viajé, de pronto sentí gran hambre. Mi estómago pedía algo de comer, así que busqué donde sentarme y disfruté de mi delicioso almuerzo. La comida estaba tan sabrosa y como tenía tanta hambre la “devoré” toda en unos minutos.

 

            Unos minutos después, seguí caminando cuando, de pronto, empezaron a sonar fuertes truenos.  Ya con el estómago lleno y nuevas energías continué con mi aventura. De pronto, comenzaron a sonar truenos muy energéticos. Al sentirme solo, rodeado por montañas, tuve mucho miedo. No estaba preparado para algo así, ni tenía plástico. Sin embargo, eso no me detuvo, sino que avancé con más prisa.  Unos minutos después, las nubes cubrieron la montaña y cayó una fuerte lluvia.

 

            Nuevamente me dio mucha hambre y a esto se sumó el frío. La lluvia se despidió dejándome mojado de pies a cabeza, con mucha hambre y frio. Allá en medio de la montaña, mojado y sin nada para poner en la boca empecé a buscar alternativas para solucionar mi situación. Pensé por un momento sobre que hacer, pero mi energía estaba centrada en el frío y en el hambre. Miré a mi alrededor y no encontraba ninguna alternativa que podría ayudarme a satisfacer mi necesidad. Afortunadamente, no me desanimé sino más bien me encaminé a buscar ayuda.

 

 

            Pronto, felizmente llegué a una chacra de frutas.  Luego de caminar un poco pude entrever, no muy lejos, una chacra de árboles con muchos frutos. Sentí que reviví con solo mirar los frutos. Corrí y subí a uno de los árboles y como mono, ahí nomás en el árbol, comí hasta saciarme.

 

            Con el estómago satisfecho continué mi viaje, pero temblando de frío.  Aunque el camino era un poco abierto, la parte alta estaba cubierta por las ramas de los árboles lo cual impedía que los rayos del sol me alcanzaran.  A pesar de eso, no perdía de vista mi meta, pero al mismo tiempo me sentía triste porque estaba solo y porque me sentía culpable por haberme distraído al inicio de mi viaje – pensé que, si hubiera avanzado, sin detenerme, tal vez estaría ya hubiera llegado a mi meta o estaría muy cerca.

 

            Para rematar mi situación, una víbora se atrevió a interponerse en mi camino.  Era ya muy tarde, yo estaba todo mojado y cansado cuando de pronto, mientras caminaba por ese camino arenoso, encontré una horrible víbora. Me asusté mucho, pero no deje que ese susto me paralizara, así que cogí un palo grande y grueso y perseguí al reptil hasta matarlo.

 

            Después de deshacerme de la víbora, unos pasos más adelante, me encontré con un río. El sol empezaba a despedirse y yo todavía no había llegado y lo peor era que me estaba encontrando con más obstáculos. Esta vez me fue un rio caudaloso. Todavía asustado por mi experiencia con la víbora, me dispuse a cruzar el rio.  Ya estaba oscureciendo, era difícil notar que parte sería menos peligrosa. Me arriesgué a entrar por donde parecía ser más viable, pero pronto me encontré con corrientes fuertes que casi me arrastraron. Me pare un momento, observe a mi alrededor y tome valor, me pare de costado, firme y con mucha determinación supere la fuerza de las corrientes.  Una vez en la otra orilla del rio, me senté y agradecí a Dios por protegerme.

 

            A pesar de las circunstancias traté de continuar mi camino silbando, pero la noche me estaba por intimidar.  Yo ya estaba agotado y en medio de una montaña donde no había alguien que me ayudara.  Sentí que no podía dar un paso más, así que me acosté en el camino y, pidiendo la protección de Dios, me quedé dormido.

 

            Luego de un momento de estar durmiendo algo me indicaba que estaba en peligro.  Desperté de un salto y me di cuenta de que, a mi alrededor, había animales feroces me estaban observando. Me asusté terriblemente y temí por mi vida. Inmediatamente, cerré mis ojos y silenciosamente imploré la protección Divina.  Grande fue mi alivio, cuando al abrir mis ojos note que los animales se retiraban uno por uno hasta que desaparecieron en la densidad de la noche y la agreste montaña.

 

Ver que los animales ya no estaban me dio fortaleza para continuar mi viaje, a pesar de las circunstancias. Con un poco de temor de que ellos podrían regresar en cualquier momento seguí dando pasos rumbo a mi hogar. Aunque la oscuridad era un problema, me concentre más en llegar – no pensé en la distancia sino en que cada paso que daba estaba un paso más cerca de mi meta. Una vez más sentí la compañía de Dios, quien sin duda estuvo conmigo en cada instante.  Pronto, entre la oscuridad, pude notar a la distancia una luz que indicaba de esperanza, era la luz de mi pueblo.

  Finalmente, llegue a mi casa aproximadamente a las 3:00 de la mañana. Mis padres estuvieron muy preocupados, ya habían pedido a los vecinos apoyo para ir a buscarme. Cuando me vieron se alegraron mucho y corrieron a abrazarme. En ese momento les pedí perdón por haberme demorado y les prometí que tendré más cuidado en el futuro. 

 

            En conclusión, en esta experiencia tempestuosa aprendí lecciones de fe y perseverancia.   Sin duda, este viaje en medio de la naturaleza impactó mi corazón y mi mente, fortaleció mi espíritu aventurero y moldeó mi forma de enfrentar la vida. Reconocí que como hay peripecias físicas, también las hay psicológicas a las que debemos resolverlas con confianza en Dios, con esfuerzo y perseverancia para superar los obstáculos que se presenten en el proceso de la consecución de un sueno o, incluso, en nuestra rutina diaria.

 

 

Jorge Samuel Chuquival Gómez

Secundiaria: 4to

Soritor, 07 de Junio, 2003